Biografía
de la Beata Ana Catalina Emmerich
1774-1824
El 8 de septiembre
de
1774, nació Anne Katherine Emmerick en una humilde granja del
pueblo de Flamske en Coesfeld, cerca de Dülmen. Fue bautizada ese
mismo día en la diócesis de
Münster, Westphalia, al nordeste de Alemania.
Anna Catalina, una
niña despierta y muy vivaz, aunque siempre delicada de salud,
nació y creció en medio
de la pobreza. Poseía
el uso de razón desde su nacimiento y podía entender
latín
litúrgico desde el primer día que acudió a Misa.
Desde los cuatro años recibió frecuentes visitas y
visiones celestiales. Ana Catalina conversaba familiarmente con el
Niño Jesús y vivía estas experiencias
místicas tan habituales desde su niñez y con tanta
normalidad que, en su inocencia infantil, creía que todos los
demás niños también las experimentaban.
Su familia era muy humilde
y piadosa, se dedicaba a las labores del campo, tareas que
también Ana Catalina tuvo que ejercer desde los doce
años, para más tarde trabajar como costurera y de ese
modo ayudar económicamente en su hogar y ahorrar algo de dinero,
pues su deseo era, desde muy joven, ingresar en un convento, para lo
cual, entonces, se precisaba entregar una dote a la
congregación.
Sin embargo, sus padres
decidieron que su hija estudiara y la llevaron a un organista para que
le enseñara música. Su madre le llevaba alimento en los
recreos, viendo que Ana Catalina pasaba necesidades; pero la familia
del organista era también muy pobre y Ana Catalina les entregaba
su comida, los escasos ahorros para la dote que había conseguido
como costurera y por un tiempo fue además sirvienta en la casa
parroquial, ayudando en las tareas del hogar de la familia del
organista por unos años.
A pesar de la precaria situación económica y la oposición de su familia de nueve hermanos, a los 28 años de edad en 1802 ingresó en el humilde monasterio de las Agustinas de Agnetenberg, en Dülmen, el cual carecía de la biblioteca más básica. Allí padeció la incomprensión de las monjas a causa de su vida mística y del hecho de haber ingresado sin dote. Su ascetismo y sobretodo sus éxtasis producidos mientras trabajaba o durante la oración, tanto en su celda como en el oratorio, su celo religioso y sus extrañas dolencias, creaban malestar a la comunidad que, al no comprenderla, la tachaban de privilegiada y la trataban con cierto desprecio. Sin embargo, esta fue la época más feliz de su vida y cumplía sus tareas con alegría por el hecho de que, además la tuvieran de menos.
Durante
los procesos de
exclaustración de
1813, tras la invasión napoleónica de Alemania, la
supresión de conventos decretada por Jerónimo
Bonaparte, Rey de Westphalia, dispersó a las monjas; Anne
Katherine fue recogida por caridad en la casa particular de una pobre
viuda, en
Dülmen.
Ana Catalina predijo la caída de Napoleón unos doce
años antes de que sucediera y así, de algún modo
que encierra cierto misterio, se lo hizo llegar
al Papa.
Su vida transcurrió sembrada de continuas enfermedades, agravadas al quedarse postrada en cama, inválida tras un accidente en 1813. Fue en casa de la viuda donde recibió los estigmas de Nuestro Señor Jesucristo durante la Pasión: los de las manos y pies, la herida de la lanza, Corona de Espinas e incluso una cruz sobre su pecho; signos externos que ella trataba inútilmente de ocultar. Sufría y rezaba mucho por las almas de Purgatorio, a quienes veía con frecuencia; además, por la salvación de los pecadores. Sólo mucho tiempo después se supo que las sábanas empapadas del sudor producido por el sufrimiento físico y espiritual de la hermana Ana Catalina, se helaban literalmente sobre su cuerpo por el viento que, en las frías noche de la Europa Central, se colaba por las rendijas de las paredes.
Durante toda su vida fue adornada de muchos otros dones místicos: locución o éxtasis entre otros; visiones de la historia de la Salvación, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento; de la Virgen María y la vida pública de Jesús; las visiones de la primitiva Iglesia naciente y las futuras sobre la Iglesia; así como de la vida después de la muerte: experimentó la vida de la Iglesia triunfante (en el cielo), la Iglesia purgante (en el purgatorio) además de la Iglesia militante (sobre la tierra). De está época son conocidas sus visiones sobre los acontecimientos de estos últimos siglos de la historia, como la caída del Muro de Berlín o el Concilio Vaticano II.
Ana
Catalina poseía un sobrenatural
conocimiento para con los pobres y enfermos que se le acercaban
buscando ayuda y
consuelo en la que llamaban la “brillante hermanita”; el
sufrimiento de los demás le causaba gran compasión muy
fácilmente y, conociendo
de antemano sus enfermedades, les recomendaba remedios infalibles.
Desde
ese mismo año hasta el final de su vida, su único
sustento fue la Sagrada Comunión y agua. Este extremo
fue tres veces exhaustivamente investigado por la diócesis, la
policía
bonapartista y las autoridades. En 1818 una comisión episcopal, encabezada por
el famoso Vicario General Overberg, la investigó por primera vez
junto a tres
médicos que la examinaron escrupulosamente, con el objeto de no dar lugar a
críticas por parte de los enemigos de la Iglesia. Los
exámenes dieron como resultado la veracidad de los estigmas y la
santa vida espiritual de la hermana Ana Catalina. El Señor,
entonces premió su heroicidad y paciencia, con la
cicatrización y curación de los estigmas de las manos y
los pies y el alivio de las demás señales externas.
Más en el Viernes Santo de ese mismo año se le volvieron
a manifestar sangrantes.
En 1819, "la
piadosa Beguina", como también la conocía el pueblo que
la quería, se encontraba prácticamente en el umbral de la muerte. No contentos con las escrupulosas investigaciones
anteriores, Ana Catalina fue encerrada en contra de su voluntad por
orden gubernamental.
Permaneció en otra habitación aislada de todos y vigilada estrictamente día y noche durante
unos veinte días, teniendo que sufrir insultos y amenazas,
tratando de obligarle a declarar que sus dones divinos constituían un fraude. Finalmente no consiguieron encontrar en
ella nada sospechoso y demoraron la publicación de sus
resultados. En vista de la presión ejercida por el pueblo y las
autoridades eclesiales, la comisión del Gobierno viendo que Ana
Catalina se negaba a declarar culpabilidad alguna, dieron por concluido
apresuradamente que todo era un engaño.
Desde entonces la vida de Anna Katherina Emmerick fue
un permanente sufrimiento expiatorio: carga sobre sí los
sufrimientos de otros y se
ofrece
a
Nuestro Señor como alma víctima por
la conversión de los pecadores, cuyas miserias
ella conocía aún cuando estuviesen muy lejos.
Sufría y se ofrecía asimismo en reparación por
tantas ofensas, sacrilegios y desprecios a la Iglesia y a los
sacramentos. Ella vivió tiempos muy decadentes que la
atormentaban. La impiedad invadía pueblos y naciones enteras de
tal modo que la Fe parecía haberse extinguido, sucumbiendo la
Iglesia ante la revolución reinante.
A Brentano sólo le dio tiempo a ordenar un índice de las diferentes visiones y la edición en 1833 de "La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo conforme a las Meditaciones de Anne Katherine Emmerick": uno de los libros más conocidos y singulares de la mística alemana, de más de doscientas páginas, el cual es tan singular como lo fue su vida y que, ya por entonces, su publicación constituyó un acontecimiento mundial. La muerte sorprendió al transcriptor preparando las visiones de "La Vida de la Santísima Virgen María" publicado en 1852 en Munich y los "Diarios", un material muy voluminoso que también ha sido compilado y publicado por distintos especialistas.
El
relato de la Pasión tal y como ella la ve, comienza con la
Última Cena y concluye con la
Resurrección. El
estilo del libro es muy directo, con gran fuerza, debida a una
prosa muy sobria, sin dar lugar a los comentarios; su lectura engancha
de tal modo que no se puede
abandonar hasta
el final. Dividido en escenas
muy breves,
que bien podrían asemejarse a óleos llenos de
expresión, narra la
Pasión de Jesucristo desde la Oración
en el Huerto a
través de minuciosas
descripciones concretas de personas, lugares y acontecimientos,
expresadas muy vivamente, por lo que resulta comprensible que este
libro haya
servido de gran
ayuda e inspiración para el
católico director y actor de cine Mel Gibson, a la hora de hacer
su película "La Pasión de Cristo". Cuenta el mismo Gibson
que se encontraba rezando en su
despacho tratando de ser iluminado sobre el guíon de su
película, cuando este libro de Ana Catalina se
desprendió de la librería y cayó sobre su regazo,
como una señal del cielo.
La veracidad de lo que vio Ana Catalina a todo lo largo de su vida, ha servido de punto de partida para realizar numerosas investigaciones arqueológicas. Con sus visiones en la mano se descubrió Reynolds, los restos de la ciudad de Ur de Caldea. La recientemente descubierta morada de la Virgen en Éfeso resultó ser también tal como ella la había descrito. Del mismo modo se descubrieron en 1981 los pasadizos bajo el Templo de Jerusalén, que Ana Catalina vio al contemplar el misterio de la lnmaculada Concepción de María, dogma que no sería proclamado por la Iglesia hasta treinta años después de la muerte de esta vidente.
Ana
Catalina
Emmerich escuchó del mismo Jesucristo que el regalo de sus
revelaciones
del
pasado, presente y el futuro en visión mística, era mayor
que
el poseído por nadie jamás en la historia.
El lunes
9
de febrero de 1824, en la localidad de Dulmen, su alma se liberó
de su cuerpo consumido por
las enfermedades y las penitencias. Su cuerpo se encontró
incorrupto a casi dos meses de su fallecimiento; la tumba había
sido abierta con autorización, tras los rumores que
corrían de que sus restos mortales habían sido hurtados.
En 1892 el obispo de Münster introdujo la causa de
beatificación y fue declarada
Venerable a finales del siglo XIX. Proceso de
beatificación
reabierto en 1972. En
el año 2001 se
declaró la heroicidad de sus virtudes (Venerable) anunciando el
Vaticano que pronto sería beatificada.
Ana Catalina ha sido recientemente beatificada, el 3
de octubre de 2004 por Su santidad Juan Pablo II en la Basílica
de Roma ante más de mil peregrinos que acudieron a la ceremonia.
El prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el
cardenal José Saraiva Martins, al leer el pasado julio el
decreto de reconocimiento del milagro, que abrió las puertas a
la canonización de Catalina Emmerich, constató ante Juan
Pablo II:
«Llevó
consigo los estigmas de la
Pasión del Señor y recibió carismas
extraordinarios que empleó para consuelo de numerosos
visitantes. Desde el lecho desarrolló un gran y
fructífero apostolado. La vida de Anne Katherine Emmerick
está caracterizada por una profunda unión con Cristo y
una «ardiente» devoción a la Virgen María.
Servir a la obra de la salvación por medio de la fe y del amor
es el aspecto en que la futura beata puede servir de modelo a los
fieles de hoy.»
El postulador de la causa de beatificación,
Andrea Ambrosi, explicó ante los micrófonos de
«Radio Vaticana»:
«La vida claustral fue bastante dura porque las
otras canónigas no dejaban de subrayar su baja condición
social y por su salud, que comenzó a declinar
rápidamente. Desde pequeña padecía cierto
raquitismo que, entre las paredes del convento se acentuó tanto
que durante años permaneció en cama. A partir del final
de 1812, desde el momento en que en ella ya se manifestaban los dones
sobrenaturales, se añadió aquel fenómeno
constituido por la aparición de los estigmas. Al principio hizo
de todo para ocultarlos, pero después el caso fue conocido y
toda la gente quería verla, pero no sólo por el hecho
externo de los estigmas, sino también por su gran bondad y por
un don que tenía, que era el de penetrar las almas que
más sufrían, las más laceradas, llevándoles
la paz. Vivía en perfecta sintonía con el misterio de la
Vida, Pasión y Muerte de Jesús. Sus estigmas son el
testimonio clarísimo de su unión existencial con
Jesús. Su disponibilidad al sufrimiento no tenía otro
fundamento que su amor hacia el Crucifijo y su preocupación por
el prójimo.
Después de su
muerte, estaba tan viva su fama
de santidad que entre toda la población y también entre
el clero se dio un vivo deseo de promover su causa de
beatificación. Pero también surgieron dificultades por
los difíciles momentos históricos y religiosos que
atravesaba entonces Alemania y por la falta de claridad de los escritos
de Sor Ana Catalina, textos incluso en el límite de un
catolicismo poco “ortodoxo”, motivo por el cual el entonces Santo
Oficio intervino varias veces para bloquear la causa y pedir nuevos
pareceres de teólogos. En cuanto se aclaró qué
añadidos en los escritos eran del escritor Bretano, la causa
emprendió un camino más veloz.»
Palabras de
Próspero
Gueranger, abad de Solesmes (1860) - en proceso de canonización
-
en relación a las visiones de la Bienaventurada Ana
Catalina
Emmerich, declaró:
Lina Murr Nehmé, ortodoxa libanesa,
historiadora, que ha escrito numerosos libros en el campo de la
historia, del arte y la exégesis, y recientemente una nueva
versión de «La amarga Pasión de Cristo»,
declara a Zenit sobre Ana Catalina:
«Su mensaje esencial es ecuménico y
quienes la acusan de ser sectaria no la conocen. Para ella, los hombres
y las mujeres no son buenos o malos en función de su
religión o ideas, sino por motivo de sus actos. Por ejemplo,
describe a Pilatos y a los grandes sacerdotes judíos con la
misma severidad, pero utiliza un tono muy diferente cuando habla de la
mujer de Pilatos, o de los judíos, o de los romanos compadecidos
que mostraban gestos de misericordia hacia esta persona que, para
ellos, no era ni Dios, ni el Mesías, sino un simple condenado.
Es verdad que en «La Amarga Pasión»
escribe acusaciones sobre todo contra los judíos, pero es porque
narra una tragedia que tuvo lugar en tierra judía. Cuando narra
tragedias que han tenido lugar en tierras paganas, acusa a los paganos.
De hecho, es lógico: la muchedumbre, con algunas excepciones, en
general es perseguidora, y la escena de la Pasión lo demuestra
con fuerza.
Anne Katherine ha vivido el Evangelio y está en
el cielo. Como ortodoxa, me dí cuenta de que contaba cosas, que
en su mayoría eran lógicas, me vi obligada, por
honestidad, a darme cuenta de que estaba equivocada mi visión
tan negativa del papado, del Antiguo Testamento, de Moisés, de
los profetas y de los judíos de la Antigüedad. He
investigado en la Biblia, y me vi obligada a reconocer que lo que
decía de los judíos y de sus profetas era exacto desde el
punto de vista evangélico. Me parece ridículo que se
acuse a Anne Katherine de antisemitismo, cuando obliga al lector
más hostil, a los judíos, a rehabilitarles en lo que
tienen de más sagrado y a amarles.
Me hablaron de ella sacerdotes franceses cuando era
joven. Me prestaron el libro sobre la Pasión. Lo abrí y
lo cerré inmediatamente: «Es un camelo»,
pensé. Pero diez años después, al querer escribir
un libro sobre Cristo, me dí cuenta de que, aparte de la Biblia
y de Flavio Josefo, prácticamente no había otros escritos
de esa época que hablaran de esa sociedad. La mayoría,
por desgracia, han desaparecido. Y como me habían dicho que Anne
Katherine ofrecía información histórica y
arqueológica, que después se demostraría exacta,
compré sus libros para poder contar con pistas que yo
después podría verificar o descalificar con mis
investigaciones. Lo que escribo se lo debo a las investigaciones que he
realizado para ver si lo que decía era verdadero.
Ante todo hay que situar a Anne Katherinne en su Orden
Religiosa, la de los Agustinos, que fue también la Orden de
Martín Lutero y de Erasmo. Es una coincidencia curiosa, pues
Anne Katherine es su antítesis,
sobre todo la antítesis de Erasmo. Anne Katherine, como Erasmo,
tuvo una influencia decisiva en la Europa de su época con sus
escritos. Pero Erasmo se dedicaba a criticar; Anne Katherine
hacía lo contrario. De hecho, ella fue víctima del
espíritu de burla y de hostilidad que él había
sembrado. Si hubiera vivido uno o dos siglos antes que él, no se
habría necesitado tanto tiempo para canonizarla a causa de sus
visiones, como lo prueba el ejemplo de santa Catalina de Siena, cuyos
textos son todavía menos «fáciles» que los de
Anne Katherine Emmerick. Pero, ¿por qué sólo
criticamos a los santos? ¿Qué se podría decir de
Erasmo?
Nos preguntamos por qué una mujer, Anne Katherine, ha recibido esta ciencia que tantos hombres
habrían
querido tener. Quizá porque, como decía san Pablo, la
fuerza de Dios se manifiesta en los débiles. Si los ricos le
abandonan, Dios llamará a los pobres. Si los hombres le
abandonan, Dios escogerá a mujeres para darles lecciones, como
hizo después de la Pasión, cuando envió a las
mujeres a anunciar la Resurrección a los discípulos.
Anne Katherine era eso que los hombres situados en
puestos elevados, amantes del nuevo arte pagano, consideraban como lo
más despreciable: una campesina analfabeta, una religiosa
expulsada de su convento, una enferma. De este modo nos damos cuenta de
cómo la igualdad que nos han llevado a reclamar es ficticia:
¿qué igualdad podía exigir Anne Katherine, si no
tenía la fuerza para mover la cesta de ropa mojada que
ponían sobre su cama, porque nadie la quería? Y sin
embargo, Klemens Brentano, una de las estrellas literarias de su
época, la consideraba infinitamente superior a él. Hoy
sentimos la necesidad de arrodillarnos ante ella, y no ante sus
perseguidores.
Hay que reconocer la
valentía de Juan Pablo II
y de su Iglesia, que han reconocido la santidad de Anne Katherine
Emmerick; en una época en la que basta decir que uno no la
desprecia, para ser despreciado.»
Su Santidad
Juan Pablo II, dirigiéndose a los fieles congregados el 3 de
octubre de 2004, durante la beatificación de Ana Catalina,
declaró:
«La beata Ana
Catalina Emmerich mostró y experimentó en su propia piel
«la amarga Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo». El hecho de que, de hija de pobres campesinos que
insistentemente buscaba la cercanía de Dios, se convirtiera en
la famosa «mística de Münster» es una obra de
la Gracia divina. A su pobreza material se contrapone su rica vida
interior. Igual que la paciencia para soportar sus debilidades
físicas, nos impresiona la fuerza del carácter de la
nueva beata y su firmeza en la fe.
Esta fuerza la recibió ella de
la Santa Eucaristía. De
este modo su ejemplo abrió a la completa pasión amorosa
hacia Jesucristo, los corazones de los hombres pobres y ricos, de las
personas cultas y humildes. Aún hoy comunica a todos el mensaje
salvífico: «Gracias a sus heridas hemos sido
curados» (Cf. 1 P 2, 24).