Estamos
viviendo una época en la que el católico que no
está bien formado espiritualmente, que por lo visto son la
mayoría, se pierde en bulos e historietas sobre lo que es pecado
y "ya no lo es". Abunda el creyente que confuso, se deja arrastrar por
las costumbres paganas y aquel que aún sintiéndose muy
católico, piensa eqivocadamente
que el término justo es "ser católico, pero no
demasiado".
Es decir, uno tiene que ser "bueno pero no un santo", porque parece ser
que ese término está reservado para unos pocos
privilegiados
y en general suele llegar a significar ser "tonto" o "más
papista
que el papa".
Entre las
muchas confusiones que se intercalan en nuestras creencias,
están las supersticiones. He observado que aún entre los
creyentes que acuden a Misa los domingos y fiestas de guardar, acuden
también algún que otro fin de semana a una echadora de
cartas, o por ejemplo siguen las "previsiones" del horóscopo en
los diarios y revistas o programas televisivos que van proliferando y
que para mi asombro y el de muchos otros, de pronto sacan a
colación la imagen de un santo recomendándolo como un
poderoso amuleto de la suerte o aún peor, una Virgencita o un
crucifijo...
Es muy
triste que estas cosas ocurran diariamente y aún más
triste
que las haga un católico, pues a quién más se le
dio,
más se le va a pedir. Sin ir más lejos, montones de
mensajes
se suceden en cadena a través de internet, augurando buena
suerte
a aquellos que lo reenvíen a X número de personas o que
de no hacerlo, la desgracia se abalanzará sobre sus vidas y
muchos
de ellos pertenecen a listas y foros de creyentes o son enviados por
uno
que se dice católico. Si uno se siente débil en su Fe,
piensa
lo que en mi tierra en un lenguaje popular: "eu non creo nas meigas,
pero
habelas ainas" y reenvía el mensaje "por si acaso".
Son mensajes
que integran oraciones a Nuestra Señora, un Padrenuestro o
simplemente ruega oración por un enfermo, casi siempre un
niño con
una gravedad terminal y urgente de "resolver", que encima suele ser
mentira, lo cual se llama "hoax" . Dando a la oración un penoso
sentido mágico. Y por ende, a Dios: un mago.
LOS "SANTOS AMULETOS"
Desde
niña he visto miles de ejemplos para no parar de contar. Ahora
es ya tanto
lo que se ha extendido, que uno no sabría por dónde
empezar. Nuestros queridos santos, gloriosos en la Presencia Divina,
han vivido en esta tierra una existencia virtuosa hasta la heroicidad,
tal es así que Dios mismo ha confirmado su satisfacción a
tan vida ejemplar entregándoles dones inestimables y
sobrenaturales, tanto en esta
vida como en la venidera, cuando ya alcanzaron la gloria.
Es entonces cuando les es concedido interceder en nuestro favor con una
serie de milagros. Y todos sabemos que un milagro no es algo corriente
que Dios regala al azar. Los milagros son la firma divina e
inconfundible
del Señor: hechos que humanamente son inexplicables. Estas
intercesiones
milagrosas de los santos confirman el deseo expreso de Dios y para su
gloria,
de ensalzarle por cuanto se ha humillado en vida y que la Iglesia, en
su
Nombre, interpreta obediente a la inspiración bajo el
Espíritu
Santo, con un acto público y solemne, que es la
canonización,
para ejemplo de los demás fieles que nos debemos a la
imitación
de sus virtudes, encomiables a los Ojos de Dios.
Los santos
gozan de asombrosos privilegios en la Gloria. Pero en la tierra algunos
insisten en empequeñecerlos y abajarlos, reduciéndolos
muchas veces a signos externos, sin vida propia; imágenes de
piedra, semidioses o diosecillos como los que aborrecía el
Señor
en el Antiguo testamento denominándolos ídolos. Es muy
corriente encontrar colgado del cuello de una persona que se dice
creyente,
la medallita de un tal santo y en la muñeca la típica
pulserita
de bolitas de colores, en la que cada color contiene sus "propiedades"
particulares y "protege" contra diversos males. Una pata de conejo
en el
llavero, una miniatura de bruja en la solapa, o unas hojas de
muérdago en la puerta de casa por Navidad! para que les protejan
durante todo el año...
Existen
diferentes pasajes de la Biblia donde se menciona el tema de las
supersticiones y las prácticas de magia como abominaciones de
Yahveh junto con la idolatría, de la cual penden estas
costumbres y ritos. La
Iglesia, por consiguiente, también lo condena expresamente en el
Catecismo:
C-2111:
La superstición
es la desviación del sentimiento religioso y las
prácticas que impone. Puede afectar también al culto que
damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una
importancia,
de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por
otra
parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola
materialidad
de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las
disposiciones
interiores que exigen, es caer en la superstición. (Cf. Mateo 23,16-22)
Lo que
hemos presenciado muchos, tanto en televisión como en la vida
normal,
entre personas de nuestro círculo de amistades e incluso
familiares,
no dista mucho de esta descripción que hace el catecismo de lo
que
supone una deformación de la religión. Todos conocemos a
alguien que utiliza las reliquias de los santos, los sacramentales como
el
agua bendita o las estampas y medallas, como meros amuletos de la
suerte,
sin atender a que es Dios mismo quien, a través de ellas dona
propiedades milagrosas en ciertas circunstancias, a quienes Él
decide y por las causas que sólo Él conoce.
Así, no todos los que rezan aún fervientemente obtienen
los favores divinos solicitados, como tampoco todos los enfermos que
peregrinan al santuario de Nuestra Señora en Lourdes, se curan.
Ella misma lo confirmó en Fátima: "unos serán
curados, otros, no". Y tampoco depende exclusivamente, como algunos
creen que es la clave, de nuestra
fe personal, sino de la Voluntad Divina, pues de todos es sabido que
algunos
son curados milagrosamente aún sin haber acudido con mucha fe y
a
lo mejor, precisamente por eso.
Amparándose en las palabras de Jesús: "Creed en que lo
que pedís se ha cumplido..." y "si tuvierais fe como un
grano de mostaza...", muchos piensan que a mayor cantidad de Fe, mayor
es la garantía de milagro y así obtener de Dios cuanto
pidan, como si de un sortilegio se tratara y de una respuesta
automática de Dios que uno puede manejar a su antojo.
No se puede usar la Fe de manera infantil y cerrando los ojos
pronunciar solemne "que aparezca aquí...", porque al abrir los
ojos, uno perderá la fe, ya que no apareció aquello que
pedimos a pesar de la mucha "energía
mental" que se había puesto. Cuando Jesús hablaba de Fe,
me
temo que no se refería a la intensidad, sino más bien a
la
cantidad de humildad y a la calidad de amor al Padre: "Si quieres,
puedes".
Y no: "¡hazlo! porque sé que puedes."
El
discernimiento pertenece a Dios Todopoderoso. El que uno tenga "buena
suerte" en la
vida o se solucionen sus problemas, no viene dado del cielo por
nuestros
méritos personales, sino por la Misericordia Divina.
Ningún
objeto, ni persona es tampoco por sí mismo poderoso, si Dios no
decide antes intervenirlo con su Gracia Divina. Y no parece que una
pulsera de bolitas de colores pueda ser uno de esos artilugios que el
Señor escoja para entregarnos parabienes interiores o exteriores.
Es más
propio del católico llevar consigo, besar o apretar contra
sí un crucifijo, una estampa de un santo, o una medalla de
Nuestra Madre, por el hermoso y simple hecho de que le amamos y
recordamos constantemente, como lo hacemos, siendo menos trascendente,
con una fotografía
de nuestros parientes fallecidos o lejanos. Las muestras de afecto,
además, no deben llegar a confundirse con la "necesidad" de
sentirse "protegidos"
contra no sé qué males y sortilegios. El afecto ha de ser
puro,
sin condicionamientos, así como amamos a nuestros seres
queridos,
así de puro como nos lo entrega el Señor: sin pedirnos
nada
a cambio, sólo amor. Ella, que es la Madre de Dios y Madre
Nuestra,
nos devolverá esas muestras de cariño con su afecto
maternal,
como sólo Ella puede hacerlo, con el poder que Dios mismo le
otorga
para nuestro auxilio en las necesidades.
Lo mismo para los santos o ángeles y antepasados que nos
precedieron en el camino al cielo.
CURANDEROS Y HECHICEROS
Esta es una
casta aparte...
El don de la curación fue legada a los Apóstoles por el
mismo
Jesucristo, para proclamar su gloria y conseguir que muchos que no
veían
vieran, no con los ojos del cuerpo únicamente, sino más
bien
con los del alma y así ser salvos en el espíritu. De nada
vale
estar sanísimo de cuerpo, si el alma está enferma y es
por
eso que en Nombre de Jesús, las fuerzas físicas se
enderezan,
los males desaparecen y las enfermedades se convierten en salud. Pero
no
para seguir viviendo en las tinieblas, sino para que la Luz ilumine
nuestras
almas.
Hay que ver esos "consultorios" llenos de gente desesperada que es
engañada impunemente. Cubiertas las paredes con enormes cuadros
del Señor o de Nuestra Madre y las estanterías con
cientos de imágenes de
santos, murmuran oraciones como "fórmulas mágicas" para
decir
que curan. Luego se llevan a la víctima a un despacho y
allí le convencen para pagar por una receta que será la
solución de sus problemas. Algunos dicen que no cobran las
consultas, pero que hay que pagar los "materiales"... hierbajos, patas
de rana, lenguas de culebra o ungüentos con poderes mágicos
a base de ajo y perejil, como si fuéramos una ensalada.
La ruindad de estas personas alcanza el máximo, cuando sabiendo
que no es más que un timo, juegan con la ilusión y la
salud de la
pobre gente que acude a ellos como último recurso. Es bajo y vil
engañar
económicamente a cualquiera, mas mentirle y darle falsas
esperanzas
a un enfermo, es una gran canallada que tendrá su justo castigo
si
no se enmienda.
Los Apóstoles no recibían siquiera limosna por curar a
los enfermos en Nombre de Jesucristo, aunque es de suponer que quienes
quedaban agradecidos, les compensaran con bienes materiales, que por
otra parte eran compartidos por toda la comunidad y repartidos entre
los más necesitados. Sin embargo, los curanderos de mala fe, no
solamente cobran abiertamente cantidades
industriales de dinero y otros bienes que consiguen arrebatar, sino que
además
y lo que es peor, la mayoría utilizan el Nombre de Dios para sus
bajos
fines, pecando gravemente contra el segundo mandamiento.
Cualquiera habrá podido observar algunos de los
estrambóticos métodos de curación en programas
informativos. Curanderos que hunden las manos ensangrentadas en el
vientre de un enfermo haciendo ver que
la víscera animal que "extraen" es la suya. "Detectoras de
enfermedades" que eructan al pasar sus manos por las partes enfermas de
un cuerpo. Gañanes que beben orines cada mañana para
recomendar mantenerse sanos. Y charlatanes hechiceros que con el "ula,
ula" de pelos de cabra, o una gallina en la cabeza, dicen espantar los
malos espíritus y curar enfermedades y otros males o hechizos en
nombre de los extraterrestres del planeta "Raticulín"... que por
lo visto están siendo enviados por Jesucristo... aunque sospecho
que, con toda probabilidad no hablamos del mismo Jesucristo. No
sé qué tal le parecerá esto a Él!
Ya se sabe que en todos los tiempos hubo perturbados mentales. Lo que
no parece lógico es que encima tengan seguidores. Luego
están los
que sin sufrir ninguna deformación mental, con toda conciencia
hacen
de la curación un negocio malsano. Estos seguramente
tendrán que dar cuentas mucho más que los anteriores que,
como decía Nuestro Señor, no saben lo que hacen. Peor aún son
aquellos que usan de la magia negra o rituales satánicos. Con el fin de
conseguir arrebatar almas al Señor, los diablos son capaces de
usar incluso de
algo veladamente bueno, como lo es la salud, para así, sembrando
la
confusión, las almas se confíen y terminen por abandonar
el
camino al cielo. Veamos qué claro lo dice el Catecismo de la
Iglesia Católica.
C-2117:
Todas las prácticas de magia o
hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias
ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un
poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud
-, son gravemente contrarias
a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables
aún cuando van acompañadas de una intención
de dañar a
otro, recurran o no a la intervención de los demonios.
Llevar
amuletos es también reprensible.
El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la
invocación
de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad
del
prójimo.
Cuando curar es bueno y alguien es adornado con ese don,
usándolo para su gloria y beneficio del prójimo,
enseguida se hace notar la presencia divina y sus virtudes crecen a la
par que su humildad, disposición generosa y costumbres
cristianas. Suelen ser personas desprendidas, equilibradas y dadas a la
modestia. No usan rituales de ningún tipo, ni recetas milagrosas
y cuando no pueden hacer nada, porque Dios no se lo concede, lo
expresan sinceramente y sin esconderse. No se glorían de poseer
poderes, sino que lo atribuyen todo a Dios y en Él esperan,
siendo habitualmente personas de oración y profundos
sentimientos religiosos que no demuestran con gestos grandilocuentes en
público. Y no proclaman a los cuatro vientos los milagros que
son capaces de conseguir de Dios. Así son los que curan en
Nombre de Jesús.
ADIVINACIÓN Y
MAGIA
Está
demás explicar la invasión de adivinadores de diversa
índole que nos rodean de unos años para acá.
Cualquier mentecato es alzado a un pódium, cuando se coloca el
cartel de visionario o futurólogo con sayón dorado de
estrellitas plateadas. Sacan su baraja de cartas pintarrajeadas de
diferentes escenas, a veces bastante vulgares, groseras, horteras y
hasta obscenas y sobre una mesa nos hacen creer que conocen nuestro
porvenir según "se coloquen" las cartas, como si estas tuvieran
vida propia e independiente del consultante y hasta del adivinador!
Nos auguran
hechos, la mayor parte de las veces, puntuales, pero que generalmente
le pueden suceder a cualquiera. Utilizan la psicología barata
para definir nuestra personalidad y en base a esos rudimentarios datos,
dan sus predicciones como lo podría hacer casi cualquiera con
un poco de vista. La probabilidad de acierto es del cincuenta por
ciento, es decir: o si, o no (o sí acierta, o no acierta). Por
eso entre
la mucha palabrería, es de suponer que algo siempre van a
acertar
y por supuesto siempre hay una respuesta ambigua cuando se equivocan.
Su aspecto
solemne y sus rituales esperpénticos, sirven de gancho para
dejarnos en un segundo plano y alzarse con el protagonismo, que a la
par que el dinero de sus seguidores, es lo que buscan.
Hábilmente los saquean hasta alcanzar a veces sumas
increíbles, para conseguir de ellos al fin una "mágica
receta" contra el mal de ojo o cualesquier
otra treta que se inventan "padecemos". Esto depende mucho de la cara
de incautos que nos vea el avispado personajillo. Abusan de la gente
sencilla sin voluntad y decisión para abandonar estos
engaños,
de los cuales muchos se convierten en adictos y les crean dependencias
psicológicas difíciles de restaurar. La avidez por
conocer
como va a resultar tal o cual negocio, este o aquel proyecto o
algún
que otro problema de salud, se va acentuando en la medida que un
futurólogo
acierte en sus augurios, de manera que se termina por atender solamente
a sus aciertos y hacer oídos sordos a sus equivocaciones,
llegando
a disculparlos o culpándose uno mismo de no haberse "consultado
en
buena disposición".
Es evidente que
existen personas que poseen el don de conocer hechos que todavía
no ocurrieron; lo cual se denomina don de profecía, por supuesto
donado por Nuestro Señor. Pero como sucede en todas las cosas,
pueden usarlos para bien y gloria de Dios o para aprovecharse
indignamente de
las personas con deficiencias anímicas o inmadurez
psico-afectiva que por lo general acuden a ellos.
El peligro de
daño económico o moral es elevadísimo. Abundan por
doquier los teléfonos de consulta, que para colmo, algunos no
son más que contestadores programados, que auguran lo mismo a
cientos de personas. Las llamadas a estos números de
teléfono son de elevado coste y si uno es adicto, termina por
arruinarse, como
por desgracia ocurre también con los teléfonos de
"líneas eróticas" que han venido arruinando a multitud de
familias. Por eso ante estas prácticas, la mejor postura es
"cuanto más lejos mejor". Ocurre como con las drogas, que uno
empieza por probar, por juego, por curiosidad de descubrir sensaciones
nuevas y termina arruinando su vida interior y exteriormente si no se
poseen virtudes que lo superen desde un primer momento.
Sobre los
adivinadores y magos, también la Biblia, tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento, se les menciona con desprecio. Por eso
igualmente el Catecismo se pronuncia para advertirnos:
C-2115:
Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a
otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa, consiste en
entregarse con confianza en las Manos de la Providencia en lo que se
refiere al futuro en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. Sin
embargo, la imprevisión puede constituir una falta de
responsabilidad.
En resumen:
Buscar intencionadamente la manera de conocer el futuro, es una falta
de confianza en Dios mismo. Ya sea por medio de un adivinador con
cartas, bola de cristal o con lechugas en la cabeza. Ya sea por medio
de los
horóscopos, lectura de los posos del café o cenizas de un
cigarro puro y demás zarandajas. Si el Señor lo desea,
nos
hará saber lo que nos concierne para advertirnos, no solamente
por medio de una aparición o mociones y locuciones interiores
extraordinarias,
sino simplemente a través del sabio consejo de un buen director
espiritual que habitualmente nos guíe en nuestro camino por la
vida
hacia la santidad, punto del cual no debemos separar la vista para la
gloria
de Dios y bien de nuestras almas. Y, si no nos lo hace saber de motu
proprio,
será que no necesitamos saberlo.
LOS HORÓSCOPOS
Es, cuando
menos, infantil, creer que un planeta o constelación, pueda ser
determinante para nuestro carácter o nuestro destino.
Científicamente el carácter viene dado por los genes que
están conjuntados de tal modo que ninguna persona es igual a
otra, ni aún los gemelos más similares. Hasta nuestras
huellas dactilares son completamente diferentes al resto de los seres
humanos.
Como creyentes,
sabemos que Dios nos hace distintos y únicos, además,
libres para trazar nuestro destino que de ninguna manera está
predeterminado ni por Él siquiera. El hecho de que Dios conozca
nuestro futuro, no significa en modo alguno que sea Él quien lo
vaya trazando. Sus intervenciones puntuales en nuestra vida, dependen,
no exclusivamente,
pero sí en gran medida, de nuestra relación personal con
Él y de su Misericordia por encima de todo y desde luego
pertenecen
al misterio divino que, humanamente no podremos nunca comprender.
Las
circunstancias de cada individuo, se van tejiendo a lo largo de la
vida, a través de nuestras propias decisiones y de los actos de
otras personas que influyen en nosotros; construyendo así una
cadena de destinos que vamos
labrando entre todos libremente. Los acontecimientos que rodean a
nuestra
existencia, nos van moldeando tanto para bien como para mal y siendo
así
que cada uno somos diferente, vamos respondiendo a tales situaciones de
un modo único y particular, que convierten nuestra vida y futuro
en
algo exclusivo de cada ser. Pues las mismas reacciones no se dan en un
ser
humano que nace bajo costumbres completamente inusuales en nuestro
hábitat.
Por tanto, condiciones familiares, sucesos climáticos,
acontecimientos
de salud o un simple cambio de barrio, nos pueden influir hasta el
punto
en que, de no haber dicho una palabra o dado un pequeño e
insignificante
paso, nuestra vida hubiera sido otra.
Tanto es
así que mellizos adoptados y criados en diferentes lugares y
circunstancias, llegan a un fin absolutamente distinto. Con lo cual,
habiendo nacido el mismo día, la teoría de que los
planetas determinan nuestro futuro y rigen nuestro destino, se viene
abajo por sí mismo en este, como en cualquier otro caso. Es
fácil caer en estas supersticiones que empiezan por generalizar
y agrupar a los individuos, para luego, dependiendo de la hora exacta,
detallarles un carácter u otro en base a unas llamadas "cartas
astrales" que generan de manera premeditada y programada, inventadas
por sabe Dios quién hace quién sabe cuántos
siglos, en no sé qué cultura pagana; para terminar
diciendo al fin, que cada individuo es diferente aún en medio de
su genérica condición astrológica. O sea, un
rollo. Como si los planetas pensaran por sí mismos y hablaran...
Ni que
decir tiene que ningún planeta descarga energía de
ningún tipo sobre las personas. Ni buena ni mala. Puede que
biológicamente nos afecten en alguna medida, pero esa denominada
"fuerza cósmica" no es más que un ilusorio deseo de
recibir protección, que solamente Dios puede ofrecernos, como
Creador y Señor del cielo y de la tierra. En ningún lugar
de la Biblia encontramos que alguien haya recibido poderes ni
protección de los astros o elementos celestes. El universo
parece no tener principio ni fin, tal y como nosotros entendemos estos
conceptos. Y los astrofísicos (que por cierto
no creen en el horóscopo) nunca terminan de encontrar
solución a sus cósmicos quebraderos de cabeza; para
cuanto más, se
le puede dar crédito a un par de líneas de
horóscopo
en el periódico.
ESPIRITISMO
"El espiritismo implica con frecuencia
prácticas adivinatorias o mágicas. Por
eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él." Esto dice el
catecismo
en una parte del C-2117.
Lo que
la Iglesia ata en la tierra queda atado en el cielo, como Cristo
dejó dicho. Es de suponer y afirmar tajantemente que ni la
Iglesia se engaña ni nos engaña, como protectora y Madre
Nuestra, cuando menos en materia dogmática. También las
advertencias y consejos de la Santa Madre
Iglesia, lejos de intentar subyugarnos, lo que pretenden es liberarnos
de
las ataduras mundanas, para pender solamente de Dios.
Todo aquello que la Iglesia nos aconseja y todo lo que nos demuestra
ser pecaminoso, queda atado igualmente en el cielo, con toda
lógica. Si uno es fiel al Magisterio eclesial, es fiel a Dios,
Cabeza que nos aconseja por medio de su Cuerpo místico que es la
Iglesia, su Iglesia. Sería, por tanto, absurdo pensar que,
desaconsejando la Iglesia el espiritismo, Dios lo apruebe consintiendo
que las almas se nos manifiesten por medio de un procedimiento que su
Cuerpo místico desaconseja.
Tampoco parece que las almas tengan voluntad en la otra vida, la cual
se termina cuando morimos. Allá, sólo Dios tiene Voluntad
Propia, sólo Él decide y ningún alma actúa
por sí misma. Nadie puede manifestársenos, si Dios no le
da el permiso antes. En el cielo manda solamente Dios. No así en
la tierra, por desgracia; por eso mismo, Jesús decía con
razón que rezáramos: "hágase tu Voluntad en la
tierra como en el cielo".
Todas las
almas son creadas por el Señor y todas ocupan un lugar
tras la muerte. Las que pertenecen a
Dios forman parte de la llamada Comunión de los Santos, junto a
sus tres clases de Iglesias. Las almas que se
dirigen al cielo: Iglesia Triunfante. La inmensa mayoría que
pasan primero por el Purgatorio: Iglesia purgante, lugar en el que se
tiene asegurada
la vía al cielo y son propiedad del
Señor por toda la eternidad.Todas las almas que
en vida
son fieles hasta la muerte a la Iglesia, forman la tercera: Iglesia
militante.
Pero aunque todas las
almas son creadas por el Señor, algunas, por voluntad propia
dejan
de pertenecerle y tras la muerte se las lleva el diablo. Invocación de los
muertos
No siempre es necesario el uso de la famosísima ouija para
invocar a los muertos. Basta entrar en el domicilio de una llamada
médium y sentarse alrededor de una mesa, con las lámparas
apagadas, una vela de tenue luz y las manos tomadas unos de otros para
formar un círculo de "corriente de energía espiritista".
La médium entra
en "trance" cuando comunica con algún espíritu y comienza
a hablar con diferentes voces. No quiero ni mencionar a los impostores,
que lo único que buscan es un provecho económico abusivo.
Prefiero centrarme en los usurpadores de almas que ciertamente
consiguen
conectar con almas del más allá. Que, como veremos,
resultan
ser del más allá... abajo.
Por descontado
que las almas que se conectan con los médium, no son las que
descansan en la paz del Señor. Se les suele llamar "almas en
pena" aunque ni siquiera proceden del purgatorio, pues desde
allí van
a la Presencia Divina y están bajo la tutela de Nuestra
Señora en su advocación del Carmen, quien les procura el
auxilio atendiendo a los sufragios que desde nuestra posición
como Iglesia militante podemos ir ofreciéndoles en forma de
indulgencias que les acorten su penosa estancia de espera y
purificación de alma.
Las almas que
no sirven al Señor, ocupan ese lugar que Jesús llamaba la
Gehena o el Hades, donde rechinan los dientes y que no es ni más
ni menos que el infierno, oiga. A esas invocaciones, "sesiones de
espiritismo" que desaconseja la Iglesia, acuden espíritus
impuros, como el Evangelio
los denomina, puesto que no
pertenecen al Señor, ni es Él quien las envía y por descontado,
los demonios, haciéndose pasar por familiares de los
"consultantes" y creando
un ambiente embaucador que no por ello deja de ser satánico. Por
eso, cuando en una sesión de espiritismo, alguien se comunica
realmente
con un familiar o conocido, cabe entender que no está en buen
lugar
o que un demonio usurpa su voz.
El peligro de
comunicarse con un demonio, sea del nivel que sea, requiere casi
siempre, la intervención de un exorcista, pues las más de
las veces, los que han tenido contacto con ellos, quedan
poseídos de verdaderas impiedades y esclavizados por años
de impurezas indignas, obligándolos en la mayor parte de las
ocasiones a pecados y prácticas antinaturales, difíciles
de reparar por un simple psicólogo.
Como
anécdota, quiero recordar en esta página un suceso que
mis abuelos siempre comentaban sobre una pobrecilla aldeana que tras
una grave blasfemia,
fue poseída de un espíritu vagabundo, según
contaban
sus padres. Hija de una lechera, la niña además de sufrir
cierto retraso mental, era absolutamente analfabeta y su lenguaje,
propio
de la más ignorante de las criaturas. De buenas a primeras la
jovencita tomaba el diario y lo leía correctamente, hacía
su análisis crítico de las noticias y charlaba en un
lenguaje culto sobre
temas de medicina, por supuesto con voz y ademanes de un médico
bien instruido.
Mi abuelo, que
era un descreído para estos temas, conversaba no obstante con
"él" y le tiraba de la lengua para saber cómo
hacía eso de meterse en otro cuerpo y trataban a menudo sobre
temas de actualidad y otros asuntos muy superiores a los que la
niña, en estado normal no era capaz más que de sonreirse
sin saber qué decir
ni a qué se refería. Mi abuela por su parte, le conminaba
a dejar a la niña en paz, pues cuando "el médico" se
enfadaba, la obligaba a comerse los desperdicios de la basura y luego
había que bañar y desinfectar a la pobre criatura de pies
a cabeza ante la carcajada maliciosa del espíritu impuro que la
poseía.
Pero
además de hacerle comer basura a uno, los espíritus
impuros, que estos sí, habelos ainos, se crea o no en ellos,
pueden obligar
al poseído a barbaridades mucho menos anecdóticas y
bastante más graves, como lo es la pederastia o las
prácticas satánicas; baste mencionar como ejemplo, el
caso reciente de aquella madre que abrió las entrañas de
su pequeña hijita para sacarle un mal de
adentro, produciéndole la muerte, como es de suponer. Es a estos
penosos sucesos a los que se puede llegar si uno empieza por curiosear
ingenuamente en jueguecillos que creemos de poca importancia. El de
abajo es muy dado a insinuar sutilmente que debemos quitarle
importancia a todo aquello
que no le agrada al Señor.
Muchos
quisiéramos comunicarnos con nuestros seres queridos ya
fallecidos y hablarles como cuando estaban entre nosotros, para saber
cómo están, cómo es el cielo o cuánto nos
queda de espera para llegar al gozo eterno. Es natural sentir este
deseo legítimo
y es posible que el Señor llegue a concederlo, como en el caso
conocido
de algunos santos (¡que no hacían espiritismo!). Sin
embargo,
no por ello nos empecinamos en acudir a un médium porque nuestra
curiosidad no pueda contenerse hasta el momento en que Dios lo
disponga. Por satisfacer una curiosidad, no parece lógico
arriesgar el estado de nuestra propia alma a sufrir consecuencias que
pueden perdurar eternamente.
C-2116:
Todas las formas de adivinación deben
rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de
los muertos, y otras prácticas que equivocadamente "desvelan" el porvenir
(Cf. Dt. 18,10; Jr 29,8) La consulta de horóscopos, la
astrología, la quiromancia, la interpretación
de presagios y de
suertes, los fenómenos de visión, el recurso a
médium encierran una voluntad de poder sobre el tiempo,
la historia y, finalmente, los hombres a la vez que un deseo de
granjearse la protección de poderes
ocultos. Están en contradicción con el honor y el
respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
En consecuencia, la
superstición es pecado grave puesto que es ir en contra del
primer mandamiento de la ley de Dios. "El primer mandamiento prohibe honrar a otros dioses
distintos del Único Señor que se ha revelado a su pueblo.
Proscribe la superstición
y la irreligión. La superstición representa en cierta
manera, una perversión por exceso, de la religión. La
irreligión es un vicio opuesto, por defecto, a la virtud de la
religión." C-2110. La
suerte
La "suerte" en
sí misma no existe. Sólo existe la Providencia Divina.
¿Qué es la suerte para un creyente? ¿Es un "ente"?
¿Es una "energía desconocida"? ¿Dónde
está
la suerte? ¿De dónde proviene? ¿De un objeto, una
persona, un animal, de la tierra, del cosmos? ¿Puede dominarnos,
guiarnos o desviarnos la suerte? ¿Puede influirnos algo que no
existe,
como lo es la suerte?
Para el
católico libre de ataduras mundanas, Dios Todopoderoso es la
Gracia Divina que nos sostiene. El que tiene toda respuesta para
nuestras dudas y encrucijadas. De quien proviene todo auxilio y
protección. Ni el católico ni ningún otro necesita
recurrir a otro medio externo del que Dios nos ofrece. Por que Dios lo
es todo y abarca todas las
esferas de nuestra existencia, desde dentro hasta afuera de nuestro
ser, sin el cual no seríamos más que la nada absoluta. Es
inútil buscar nada fuera de Él y de su Divina
Providencia. Todo lo demás no existe, es falacia, soberbia,
vanidad y... apacentarse de viento.