PLAN DE VIDA
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Para todo cristiano que de veras desee salvarse
Cada día:
  1. Reza con devoción las oraciones de la mañana y de la noche.
  2. Oye misa y comulga, si te dan lugar tus ocupaciones.
  3. Reza el Santo Rosario con la familia.
  4. Aplícate con gran atención a las obligaciones de tu estado.
  5. No olvides la piadosas prácticas de nuestros padres, como son: Decir el Ave María al dar la hora, rezar el Ángelus Dómini, el De profundis a las ánimas, bendecir la mesa, etc.
  6. Escoge un cuarto de hora para leer algún libro piadoso, por ejemplo, el Año cristiano. Procura que esta lectura se haga en familia.
Cada semana:
  1. Santifica las fiestas, empleándolas más especialmente en el divino servicio: confiésate y comulga; no te contentes con oír misa rezada, antes bien asiste, si puedes, a la mayor o conventual; y a los divinos oficios, sermón, doctrina, rosario, u otra función que hubiere por la tarde.
  2. Abstente en dichos días de todo trabajo servil y toma algún honesto recreo; pero huye de diversiones peligrosas.
  3. Sin dejar la lectura piadosa de cada día, no dejes de leer en algún catecismo explicado(1)
Cada año:
  1. Haz una confesión general, comenzando también desde la última, también general.
  2. Celebra con particular devoción el día de tu cumpleaños y la fiesta del santo de tu nombre y no dejes la misa y comunión en esos días.
En todo tiempo:
  1. Cumple fielmente los mandamientos de Dios y de la Iglesia.
  2. Llena las obligaciones de tu estado.
  3. Evita las malas compañías, el ocio y toda ocasión de pecar.
  4. Detesta los periódicos malos y ahuyéntalos de tu casa(2)
  5. Profesa cordial devoción a María santísima.


Para los que aspiren a la perfección

El que deseare ser más acepto a Dios, fuera de las prácticas que acabamos de indicar, añadirá, según lo sufran sus obligaciones, las siguientes:

Cada día:
  1. Media hora, a lo menos, de oración mental, valiéndose para ello de un buen libro(3)
  2. Oír misa y comulgar.
  3. Un rato de lección espiritual en libros que enseñen con solidez el ejercicio y la práctica de las virtudes cristianas.
  4. Examen general y particular de conciencia.
  5. Alzar con frecuencia el corazón a Dios con devotas aspiraciones.
  6. Practicar alguna mortificación.
Cada semana: Confesarse.

Cada mes: Hacer un día de retiro y dar cuenta de conciencia al confesor.

Cada año: Hacer los Ejercicios, o si esto no se puede, destinar algunos días al retiro y a la meditación y al examen del estado de su alma, con el consejo y dirección del confesor.

En todo tiempo:
  1. Abstenerse de ofender a Dios voluntariamente.
  2. Tener un director fijo, a quien descubra enteramente la conciencia; mas con plena libertad de ir a otro, cuando él no estuviese y siempre que mediare algún motivo razonable.
  3. Tener y observar una distribución diaria del tiempo, aprobada por el discreto director espiritual, en la cual tenga cada cosa su hora fija, atendidas las circunstancias ordinarias; y no alterarla sin justa causa, por más tedio, sequedad o repugnancia que sienta.


Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía
Reglas para recibirlos dignamente

Es indudable, si no queremos cerrar los ojos a la misma luz, que de todos los medios que tiene la Iglesia para santificar a los fieles, ninguno es más apto y eficaz, ninguno desbarata más cumplidamente las trazas del demonio, que el llegarse a menudo y con fervor a la sagrada Comunión. Aquí halla el idiota, maestro que le enseñe; el enfermo, médico que le cure; el desamparado y perseguido, padrino y abogado que le defiendan. Este es pan angélico, que hace castos y vírgenes; maná sabroso que alimenta; bálsamo que ablanda y regala; no arroyo como los otros sacramentos, sino la fuente misma de la gracia.

Una sola confesión y Comunión bien hechas, bastaría a santificar el alma. Pues ¿de dónde nace que tantos cristianos que reciben los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía, con todo esto, se hallan tan llenos de defectos y vicios? Esto proviene en unos de que se llegan raras veces; en otros, de que lo hacen con espíritu disipado y con el corazón puesto en cadenas de aficiones desordenadas y faltas, de que siempre se acusan y nunca se corrigen. Pero como el más peligroso y funesto de cuantos lazos puede el demonio tender a un alma es alejarla de los sacramentos o hacer que los reciba indignamente, por esto, conviene observar los siguientes avisos:


Confiesa y comulga a menudo ¡Qué locura hacerlo muy de tarde en tarde o de año en año únicamente por temor a las censuras de la Iglesia o por el qué dirán, poniéndote así al borde del precipicio! ¿Qué criminal se detendría en la cárcel si pendiese su libertad de la ingenua confesión de su culpa? ¿Qué náufrago no alargaría la mano al que se la ofreciese para salvarle?


Pero padre, yo no soy digno de comulgar con tanta frecuencia. "Si te preguntan, decía San Francisco de Sales, por qué comulgas tan a menudo, les dirás que por aprender a amar a Dios; para purificarte de tus culpas; para fortalecer contra tu flaqueza, triunfar de tus enemigos y hallar el consuelo en la aflicciones".

"Dos clases de personas, añade el Santo, deben comulgar a menudo: los que son perfectos, porque lo son y los imperfectos para no serlo; los fuertes para no volverse flacos y los flacos para hacerse fuertes; el que no tiene negocios, porque está desocupado y el que los tiene, para acertar en todo".

Hay además dos maneras de disposición: una que debe tener el que comulga; otra que sería justo tuviese. Aquella consiste en la gracia de Dios, en el ayuno natural y en el conocimiento de lo que va a recibir: esto basta para comulgar provechosamente. La otra es un modo de vida ajustada y ejemplar, con una inocencia de costumbres que respire virtud y santidad. ¿No es así la tuya? Pues confiesa las culpas graves en el sacramento de la Penitencia y detéstalas penetrado de un vivo dolor de haberlas cometido, trabaja por librarte de toda afición a los pecados leves, por desprender del corazón de las criaturas que te impiden la unión con Cristo; y llégate con humilde confianza a la sagrada Comunión.

Para sacar de la Comunión el fruto debido, piensa de antemano en la grande obra que vas a ejecutar. Obra grande es esta, porque no tratamos de preparar morada para un hombre, sino para Dios. En lugar, pues de disiparte con visitas frívolas y conversaciones profanas, mortifícate en algo y adorna tu alma con fragantes flores de virtudes... ¡Qué dicha tan grande la mía! ¡Voy a recibir a mi Dios y Redentor! ¡El Rey de los cielos y tierra se aposentará en mi corazón, para hacer de él jardín de su descanso y enriquecerme con sus tesoros infinitos!



Examen de conciencia
Disponte para hacer una buena confesión, con el cuidado que pondrías si supieses que que había de ser la postrera, por no dar lugar a otra la muerte... ¿Y quién sabe si lo será?

Registra con sosiego los senos de tu corazón, indagando las culpas cometidas; mas no con afán desmedido, que esto fuera hacer odioso el Sacramento de la misericordia, sino con la misma diligencia que pondrías en un negocio de calidad e importancia, y basta esto. Acude a Dios en demanda de su luz y dile con profunda humildad:

Dios mío, yo quiero confesarme bien; quiero descubrir toda mi conciencia al confesor, ministro y representante vuestro en la tierra; pero me falta luz para conocer mis pecados, memoria para acordarme de ellos, discernimiento y valor para acusarlos con distinción, claridad y sencillez. Alumbra mi entendimiento, oh Espíritu divino, con tu soberana lumbre, para que conozca el abismo de mi ingratitud; y conocido, lo manifieste enteramente al confesos, detestando mis culpas con el más vivo arrepentimiento.

Examina luego la conciencia, discurriendo por los mandamientos de la ley de Dios, los de la santa madre Iglesia, Sacramentos, Credo y pecados capitales. Mas no caigas en el ardor de muchos, que, habiéndose examinado y acusado de alguno que otro pecado, creen haber hecho una buena confesión. Repasa muy especialmente las obligaciones de tu estado; pues quizá se condenan más almas por pecados de omisión, que por otras malas obras.


Examen general para toda clase de personas
¿Cuánto tiempo hace que se confesó?
¿Dejó de confesar alguna cosa grave por vergüenza, malicia u olvido?
¿Cumplió la penitencia?

Mandamientos de la ley de Dios
Primer mandamiento
Amar a Dios sobre todas las cosas

Segundo mandamiento
No jurar el nombre de Dios en vano
Tercer mandamiento
Santificar las fiestas
Cuarto mandamiento
Honrar padre y madre
Como este mandamiento abraza los deberes de los varios estados, vea más abajo si ha cumplido con los que le tocan. (Examen sobre los deberes propios de cada estado.)

Quinto mandamiento
No matar
Sexto mandamiento
No fornicar
Séptimo mandamiento
No hurtar
Octavo mandamiento
No levantar falso testimonio ni mentir
Noveno mandamiento
No desear la mujer de tu prójimo

Décimo mandamiento
No codiciar los bienes ajenos
Estos dos mandamientos se reducen al sexto y séptimo.


Mandamientos de la Santa Madre Iglesia
  1. Oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar.
  2. Confesarse a lo menos una vez al año, o antes si se ha o espera peligro de muerte, o si es menester para comulgar.
  3. Comulgar por Pascua florida.
  4. Ayunar cuando lo manda la santa madre Iglesia.
  5. Pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios o lo que a esto haya sido debidamente subrogado.

Sacramentos
Son siete:
  1. Bautismo
  2. Confirmación
  3. Penitencia
  4. Comunión
  5. Extrema Unción
  6. Orden sacerdotal
  7. Matrimonio

Pecados capitales:
  1. Soberbia
  2. Avaricia
  3. Lujuria
  4. Ira
  5. Gula
  6. Envidia
  7. Pereza

Examen sobre los deberes propios de cada estado
Padres y cabezas de familia


Negociantes y mercaderes

Hijos y jóvenes



  Casados


 La mujer casada
En el caso que tengan alguna duda sobre el matrimonio, expóngala con humildad a un confesor prudente.


Criados y trabajadores

Jueces y jurados

Abogados y procuradores

Escribanos, secretarios y notarios

Médicos

Personas que aspiran a la perfección

Confesión y Comunión

Aviso importante

Los cristianos que habiendo llevado una vida ordinaria, no hayan purificado nunca la conciencia con una confesión general, será muy del caso que la hagan con un buen confesor.

Más si por desgracia hubiesen callado algún pecado grave en la confesión.. ocultado alguna de las circunstancias que mudan la especie o constituyen un nuevo pecado... ; si se hubiesen confesado sin dolor verdadero... sin propósito firme, universal y eficaz... por ejemplo, sin querer perdonar... restituir... entregar los malos libros... ; si después de la confesión ubiese caído con igual o  quizá mayor facilidad que antes, entonces la confesión general no sería ya de consejo, sino de absoluta necesidad.

Pero que la hubiese hecho ya alguna vez con elc uidado que les fue buenamente posible, sobretodo los escrupulosos, no piensen en hacerla de nuevo; obedezcan ciegamente y así cuando el director les asegure que están bien confesados, créanlo y déjense de pensar si se explicaron bien o no, si tuvieron o no tuvieron dolor, si los entendió o dejó de entenderlos el confesor, si hubo o dejó de haber falta en el examen: persuadiéndose de que el único camino seguro para ellos es el de la obediencia. El demonio cuando no puede lograr que dejemos los Santos Sacramentos o que los recibamos indignamente, procura a lo menos perturbarnos con vanos escrúpulos y temores, a fin de impedir siquiera aquella paz y santa alegría que tanto ayuda a que el alma adelante en la virtud.

Mas dejando a los escrupulosos, mira, cristiano, no caigas en el grave error de aquellos que, solícitos sólo del examen descuidan u omiten lo principal, que es el dolor y el propósito. ¡Ah! ¡Cuántos se confiesan y comulgan sacrílegamente por falta de contrición!

Para que no tengas, pues, la infelicidad de hallar la perdición y muerte donde debías encontrar la Vida Eterna, procura excitarte con todo esmero a la contrición, por medio de estas o semejantes consideraciones:


MOTIVOS DE LA CONTRICIÓN PARA ANTES DE LA CONFESIÓN

Aquí sobretodo te suplico, amado lector, que no pongas todo tu conato en leer todas estas reflexiones, sino en saborearlas y meditarlas bien.

¡Qué hice, infeliz de mí!... ¡Ofendí a un Dios de infinita majestad y grandeza!... ¡A aquel Criador tan benéfico que me dio un ser tan noble... todo cuánto tengo... todo cuánto soy!... ¡A aquel Redentor dulcísimo que derramó su Sangre preciosísima por mí! ¡Es un Padre tan bueno y misericordioso, y yo he sido tan ingrato para con Él!... ¡Ay de mí! ¡Yo, vil gusano de la tierra, os ofendí, Dios mío!.. ¡Y en vuestra presencia!... ¡Y con tanto descaro y malicia!... ¡Y tan repetidas veces!... ¡Y de tantas maneras!... ¡Y mientras me colmabais de favores y gracias!.. Podíais quitarme la vida y lanzarme en el infierno; no o hacíais por el amor que me tenéis... ¡Y yo perverso, os azotaba, coronaba de espinas y crucificaba de nuevo! ¡Y esto por un sucio deleite!... ¡Por un vil interés! ¡Por un puntillo de honra!... ¡Por complacer a una miserable criatura! ¡Ay! ¡Qué monstruosa ingratitud e infelicidad la mía!... ¡Perdí la gracia y la amistad de Dios!... ¡Me hice esclavo del demonio!... ¡Cielo hermoso! ¡Ya no eres para mí!... ¡Si yo muriese en este instante, el infierno sería mi paradero!... ¡Y por siempre jamás!!!... ¡Qué locura la mía! ¡Por un vil placer que no duró más que un instante, renuncié a Dios y a su felicidad infinita!... Nunca más pecar... nunca más olvidarme de Vos y degradarme así... nunca más... Antes morir que pecar... antes morir que ponerme a riesgo de condenarme.



OTROS MOTIVOS DE CONTRICIÓN PARA PERSONAS MÁS AMANTES DE LA VIRTUD

¿Es posible, amabilísimo Jesús mío, que haya sido aún tan infiel e ingrato para con Vos? ¿No basta que haya menospreciado tantas veces vuestro amor en mi vida pasada, hollado vuestra Sangre divina, abierto esas Llagas sacratísimas y renovado vuestra Pasión y Muerte con mis pecados?... ¿No basta que tantos herejes, impíos y pecadores os hagan crudelísima guerra?... ¿Merecéis que aumente yo todavía la aflicción y amargura de vuestro Corazón amantísimo? ¿Es justo que habiéndome Vos colmado de tantos beneficios, os corresponda yo con incesantes negligencias, desprecios e infidelidades?

Párate un poco y medita ésto.

¿Hay ingratitud, hay locura y estupidez semejante a la mía? ¡Vos me reconciliasteis con el Padre Celestial muriendo por mí en Cruz; y yo con mis faltas le estoy enojando e irritando de nuevo contra mí!... ¡Vos a costa de vuestra Sangre y vida me adquiristeis inmensos tesoros de gracia; y yo por no hacerme violencia, me privo de esas riquezas y ventajas infinitas!... Vos quebrantasteis mis cadenas y ¡cuántas me forjo e impongo yo cada día!... Vos me librasteis de las llamas eternas y yo, loco de mí, reincidiendo voluntariamente cada día en pecados veniales, me expongo a caer de nuevo en culpas graves y a despeñarme en el infierno!... Vos, Jesús mío, queríais elevarme a la perfección y hacerme gracias señaladísimas; y yo, Señor, no correspondiendo a tantas finezas de amor, sino con infidelidades, canso vuestra bondad, os disgusto y provoco a vómito y opongo mil obstáculos a los designios amorosos de vuestra providencia!

¿Y no reviento de pura confusión? ¿Ni siquiera me avergüenzo de vivir siempre sepultado en el cieno de tantas faltas y miserias?... ¿Merece un Dios tan amable, que así te portes con su Majestad infinita?... ¿Así correspondes al Señor, pueblo necio e insensato? ¿Así le pago el no haberme hundido e el infierno, tantos años ha, luego que cometí la primera culpa grave?... ¿Es esto cumplir lo tantas veces prometido?... ¿Es esa la santidad de vida a que me obligué en el santo Bautismo?

Grande es, Señor, mi locura, lo confieso; negra es mi ingratitud; mas ya las detesto de lo íntimo del alma y duélome amargamente de mis repetidas infidelidades. Una y mil veces os pido perdón de ellas; propongo hacer penitencia todo el tiempo que me dure la vida. No me arrojéis de vuestra presencia, oh dulce Jesús mío; y acordándoos de lo mucho que os he costado, no permitáis se malogre el fruto de tantos sudores y trabajos... Vos que tanto llorasteis mis extravíos, ¿me desechareis ahora que, arrepentido me postro a vuestros pies?... Vos que con tanto bondad llamáis a los que están cargados y afligidos para aliviarlos, ¿permitiréis que gima yo por más tiempo el insoportable yugo de la tibieza? Vos que con tanta prontitud y generosidad perdonasteis a un publicano, a un ladrón, a una adúltera, a una Magdalena, así que se reconocieron, ¿solamente a mí me habláis de negar el perdón?... Lo confieso: mi deslealtad pasada me hace indigno de él... más ¿no nos mandáis, Señor, perdonar sin límites a todos cuantos nos ofenden, por muchas y repetidas que sean las ofensas que nos hagan?

Tened, pues, compasión y misericordia de mí. Os lo pido por esas vuestras Llagas sacratísimas y por los acerbos dolores de vuestra Madre Inmaculada. En Vos espero, oh dulce Jesús mío; no, no seré jamás confundido.




AVISOS PARA LA CONFESIÓN

Excitado así el dolor y propósito, mira todavía en qué defecto has caído con más frecuencia desde la última confesión y propón firmemente la enmienda, como fruto especial de esta que vas a hacer ahora. Póstrate luego a los pies del confesor con la misma humildad y arrepentimiento con que se postraría el hijo pródigo a los pies de su padre, Magdalena a los pies de Jesu-Cristo.

Hecha la señal de la Cruz, dí la confesión general, yo pecador, (puedes hacer eso mientras aguardas turno si hay otros que esperan) saluda al confesor con el Ave María Purísima, y sin aguardar a que el confesor te lo pregunte, dile: Padre, hace tanto tiempo que me confesé, cumplí la penitencia y hallo que he faltado en... Acúsate con toda sencillez y claridad; no calles el número de los pecados, ni las circunstancias que mudan la especie o los hacen mucho más enormes delante de Dios; pero omite quejas, lamentos, faltas ajenas, excusas y cuentos impertinentes. Guárdate de callar o disminuir a sabiendas el número de los pecados: y si lo hiciste alguna vez, no basta acusar el pecado omitido juntándolo con los demás, como si fuera cometido desde la última confesión; sino que es menester advertir al confesor: Padre, he tenido la desgracia de callar tal pecado, y lo calo desde tanto tiempo, y me confesé después acá tantas veces, y comulgué tantas. ¡Qué locura, qué desgracia podría darse mayor, que la de arder eternamente en el infierno, por no pasar por una momentánea vergüenza! ¡y con la libertad que tienes de confesarte con quién quieras... y debajo de un sigilo o secreto inviolable! De todos los pecados que se pueden cometer, ninguno hay más nocivo al alma, ni más injurioso a Jesu-Cristo, que el de una confesión o comunión sacrílega.

Ea, pues, rompe ese nudo que te aprieta la garganta: ni el número ni la enormidad de tus delitos escandalizarán al confesor: mil veces leyó en los autores la fragilidad de nuestro barro; y si no la conoció en la experiencia propia, la aprendió en la ajena. Por otra parte mientras no manifiestes la gravedad de tu culpa, según la tienes en la conciencia, ninguna de tus obras será meritoria, nada te aprovecharán para cielo las oraciones, nada las limosnas, nada los ayunos y penitencias.

Terminada la acusación de los pecados, dirás: Acúsome además de todos los pecados de mi vida pasada, especialmente contra tal o tal virtud, por ejemplo contra la pureza, contra el cuarto mandamiento, etc. Después añadirás: De todos estos pecados y de los demás que no recuerdo, pido perdón a Dios de todo corazón, y a vos, padre mío espiritual, penitencia y la absolución si soy digno de ella.

Hecha así, la confesión de los pecados, oye oye con respeto y atención lo que te diga el confesor y acepta la penitencia con sincera voluntas de cumplirlay mientras te absuelve, renueva de corazón el acto de contrición, diciendo con todo fervor el Señor mó, Jesucristo.

¡Qué dicha, cristiano! En aquel instante no sólo te perdona Dios, los pecados acusados, sino también los olvidados y aún los que por ventura nunca conociste: queda tu alma lavada con la Sangre de Jesucristo; aplícansele sus méritos infinitos; reviven los que perdiste pecando: se te vuelve, o por lo menos aumenta la gracia santificante, con el grado de gloria que le corresponde; y se te dan copiosos auxilios y gracias actuales para sojuzgar las pasiones, practicar la virtud, vencer la dificultades y unca más recaer en los mismos defectos. De suerte que, por la confesión y comunión bien hechas, adquiere el alma fe más viva, esperanza más firme, caridad más ardiente; mayor facilidad y fervor para el servicio divino y mayor gloria para la eternidad.

¡Oh! ¡y de cuántos bienes se privan los que se confiesan y comulgan raras veces! ¡Y cómo se desesperarán algún día los que lo hicieren sin las debidas disposiciones!

Recibida la absolución, da gracias al Señor, cumple luego la penitencia, si puedes, propón llevar a la práctica los avisos del confesor y da gracias al Señor por el inmenso beneficio que te acaba de hacer.

Donde los varones no se confiesan a la rejilla, sino delante del confesor, es costumbre muy laudable besarle humildemente la mano como en agradecimiento del beneficio de la absolción, y en señal de respeto al ministro de Dios.

¡Con que ya estás perdonado!... Sí ¡qué dicha tan grande la tuya, alma cristiana!... ¡Ya eres otra vez hija de Dios y heredera del cielo! ¡Ya te miran con suma complacencia los ángeles... y te saludan los santos como hermana suya! ¡Ya está tu nombre escrito de nuevo en el libro de la vida!... ¿Qué gracias darás al Señor por tan inestimable beneficio?... ¡Cuántos por un solo pecado, y menos grave que los tuyos, están ardiendo eternamente en el infierno... y tú después de tanta iniquidad, puedes aún salvarte!... ¡Y te está preparando en el cielo un trono esplendente de gloria!... No cometas de hoy más ningún pecado mortal, y ocuparás ese trono.


PREPARACIÓN PARA LA SAGRADA COMUNIÓN

¡Ya es llegada la hora dichosa! ¡Ya se acerca el momento feliz! Pronto en ti aquellas admirables palabras del Señor: El que come mi Carne y bebe mi Sangre, está en Mí y Yo en él. Pronto podrás decir con el Apóstol: Vivo yo, ya no yo, sino Cristo el que vive en mí. Persuádete de que esta es la acción más grande que puedes practicar en esta vida, y que cuanto más detestes el pecado y más adornes el alma de virtudes, tanto mayor copia de gracias recibirás del cielo. Prepárate pues, alma cristiana, para la Sagrada Comunión con todo el fervor posible. San Luis Gonzaga comulgaba cada ocho días, (que para aquellos tiempos era mucho); mas como empleaba tres días en disponerse y otros tres en dar gracias por tan alto beneficio, sacaba de la Comunión copioso fruto. Procura tú imitarle en el fervor de la preparación y haciemiento de gracias.

¿Ves aquel augusto sagrario?... ¡qué cárcel tan estrecha!... Pues allí está tu Dios cautivo del amor extremado que tiene a los hombres... Allí está el que, en cuanto Dios, no cabe en cielos y tierra. La majestad... la pureza... la santidad infinita... ¿Y quién soy yo delante de tan alta majestad? ¡vil gusano de la tierra!... ¿Y tan miserable criatura visitáis, oh Jesús mío?... ¿Y queréis uniros conmigo con inefable y verdadera unión?... ¿Y queréis ser mi alimento y mi substancia?... De aquí afectos de humildad, admiación y amor... ¡Ay, Señor, quién os hubiese amado siempre!.. ¡Quién nunca os hubiese ofendido!... ¡Quién tuviese la fe de los patriarcas, la esperanza de los profetas, la caridad de los apóstoles, la constancia de los mártires, la pureza de las vírgenes, la santidad de María Santísima!... Aún así no sería digno de recibiros ni de hospedaros en mi corazón... ¿Qué debo, pues, decir viéndome tan pobre y vacío de virtudes? Os diré con el apóstol san Pedro: Apartaos de mí, Señor, que soy un gran pecador.
Mas ¿adónde iré, pues vos tenéis palabra de vida eterna? ¿Qué hare sin vos? ¿Quién disipará las tinieblas de mis errores e ignorancia? ¿Quién curará mis llagas? ¿Quién calmará el ardor de mis pasiones? ¿Quién me dará armas para triunfar de mis enemigos? Vos sois, oh, dulce Jesús mío, el camino, la verdad y la vida. Fuera de vos no hay, sino, perdición, engaño y muerte eterna. Vos sabeis convertir en santos a los más grandes pecadores... Venid, pues, oh, Dios de amor... Deseo amaros con todo mi corazón.

Pésame en el alma de haberos ofendido... Venid, oh, buen Jesús, venid... Mi alma os desea ardentísimamente... Venid, dulce hechizo de mi amor; venid, refrigerio de los corazones, consuelo de los afligidos, esperanza de las gentes, delicia de los ángeles, alegría del cielo, bienaventuranza de los santos: venid, Dios mío, alumbrad mi alma con las luces de vuestra fe; venid Rey eterno, libradme de todos mis enemigos; venid médico divino, curad mis muchas dolencias; veid, huésped magnífico, enriquecedme con vuestros dones soberanos; venid, fuente de aguas vivas, apagad la rabiosa sed de mis pasiones; venid, vida mía, paraíso mío, bien mío; venid, que os deseo; venid, que suspiro por vos; venid, no tardéis más; venid, que desfallezco; venid, Señor, y tomad cuanto antes posesión de todo mi ser.


Con estas o semejantes aspiraciones, deberías, cristiano, avivar ya, desde la víspera las ansias de llegar a tan sagrado banquete, contando las horas, por decirlo así, y acusando al día de perezoso.

Llegado el momento de la comunión, reza con fervor el Confíteor, o en español:

LA CONFESIÓN GENERAL

Yo pecador me confieso a Dios todopoderoso, a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado san Miguel Arcángel, al bienaventurado san Juan Bautista, a los santos apóstoles san Pedro y san Pablo, a todos los santos y a vos, padre, que pequé gravemente con el pensamiento, palabra y obra, por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Por tanto ruego a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado
san Juan Bautista, a los santos apóstoles san Pedro y san Pablo, a todos los santos y a vos, padre, que roguéis por mí a Dios Nuestro Señor.

Duélete íntimamente de tus pecados y pidiendo al Señor que se apiade y te los perdone, santíguate al Indulgéntiam. Al volverse el sacerdote de cara al pueblo con el divino Sacramento en las manos, di tres veces anonadado como el Centurión: Señor, yo no soy digno de vos entréis en mi morada; mas decidlo vos, que vuestra sola palabra mi alma será sana y salva.

Levántate y ve al encuentro del Señor con tiernos suspriros; acércate al comulgatorio con vestidos limpios, sí, pero modestos, sin presunción alguna mundana. Ve en ayunas de todo manjar terreno, con los ojos bajos, las manos juntas, con la misma humildad y devoción con que santo Tomás apóstol se llegaría a tocar y adorar las llagas sacratísimas del Salvador, con la que te acercarías a la Virgen, si se dignase poner a su preciosísimo Hijo en tus brazos, como en los del anciano Simeón.

Arodillado en el comulgatorio o barandilla, ten la toalla o paño de la Comunión de manera que recoja la sagrada Hostia, si por ventura viniera a caer. En el acto de recibir la sagrada Comunión ten la cabeza medianamente levantada, los ojos modestos y vueltos hacia la sagrada Hostia, la boca suficientemente abierta y la lengua un poco fuera sobre el labio. Has de tragar la sagrada Hostia lo antes posible, y abstenerte algún tiempo de escupir. Si se te pega al paladar, has de despegarla con la lengua, jamás con los dedos.



HACIMIENTO DE GRACIAS

Seáis bienvenido, oh buen Jesús, a esta pobre morada de mi croazón...



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Notas
(1) Es muy recomendable la Explicación del Catecismo Católico, por el P. Ángel Mª de Arcos, S.I.
(2) El buen católico no ha de leer periódicos que no sean verdaderamente católicos; y debe hacer escrúpulo de favorecer con su dinero a los que, aparentando serlo, sustentan doctrinas reprobadas por la Sede Apostólica, o alaban a los que las profesan y practican.
(3) Quien tenga las Meditaciones del P. Luis de la Puente, S.I., no tiene más que pedir. (Si desea este libro escriba pinchando aquí indicando el nombre del libro.)
(4) Los muertos en desafío, o por heridas recibidas en él, son privados de sepultura eclesiástica, a no ser que antes de morir hubieren dado alguna señal de arrepentimiento. (Cod. del Der. Canon 1240,§ 1º, nº 4.) Al excluido de sepultura eclesiástica se le ha de negar también cualquiera misa exequial, aún la aniversaria, y los otros oficios fúnebres públicos. (Idid., can. 1241.) Los que cometen el desafío, o simplemente provocan a él, los que le aceptan o prestan alguna diligencia o favor, los que de propósito lo presencian y permiten o cuanto es de su parte no lo estorban de cualquiera dignidad que sean, incurren por el mismo hecho en excomunión simplemente reservada a la Sede Apostólica. Los que se desafían y sus padrinos quedan además por el mismo hecho infames. (Idid., can. 2351,§§ 1º y 2º).
(5) Los que procuren el aborto sin exceptuar a la madre, incurren si se sigue el efecto, en excomunión latae sententiae reservada al Ordinario; si son clérigos, sean además depuestos. (Código del derecho canónico, canon 2350,§ 1º).


Página publicada el 16 - 3 - 2003