Dibujos animados

Violencia explícita, conductas antisociales, estereotipos ofensivos y contenidos sexuales enmascarados bajo la inocencia de un dibujo son el menú diario de los niños que ven TV. La creatividad de Disney, el candor de la animación nacional y la originalidad de los productos norteamericanos son sustituidos en ocasiones por el garabato japonés, de descuidada estética y cargado de agresividad. Según explica Vicente Sánchez de León, presidente de ATR (Asociación de Telespectadores y Radioyentes), las cadenas «tienen un interés económico en programar los dibujos japoneses, ya que son más baratos y los adquieren en bloque; no estamos en contra de lo que compran, siempre que no programen en horario infantil títulos que ni siquiera emiten en Japón».


El demonio japonés

Persiste la creencia de que los dibujos animados tienen que ser todos infantiles, algo erróneo que demuestran títulos como «Los Simpson», «South Park» y la japonesa «Ranma 1/2». Precisamente, es en el país nipón donde la industria de la animación ha adquirido dimensiones titánicas con producciones que abarcan todo el espectro de edades y temáticas, incluso pornográficas, conocidas como «hentai» o «ecchi». Sin embargo, la libertad del mercado no legitima a las TV para disfrazar contenidos adultos en franjas destinadas a los más pequeños. «El verdadero problema es que las televisiones españolas carecen de una programación infantil coherente y continua específica para los niños; programan con descuido y no son conscientes de que además de cumplir con la legislación tienen una responsabilidad social», asegura Yolanda Quintana, portavoz de la Ceaccu (Confederación Española de Amas de casa y Usuarios).

Los argumentos soeces de «Shin Chan», la violencia de «Pokémon», la competitividad de «Beyblade», una supuesta bisexualidad de «Ranma» y la ludopatía de «Yu-Gi-Oh!» captan adeptos entre la audiencia infantil con la venia de las empresas de «merchandising», que mueven millones de euros a costa de las preferencias televisivas de los niños con revistas, muñecos, prendas de vestir y videojuegos. «No hay que desdeñar al público infantil, ya que los llamados «reyes del mando» deciden gran parte de los productos que se compran en una casa. Y debemos protegerlos, ya que son consumidores no formados», dice Yolanda Quintana.

La televisión es el medio de comunicación más seguido por los niños con una penetración del 96 por ciento. Dentro de este porcentaje, los de ocho a diez años son los que más TV ven, según el EGM. Cabe destacar el equipamiento con que cuenta este segmento de la población: un 31,3 por ciento tiene TV en su cuarto, un 15,1 por ciento ordenador propio y casi el 21 por ciento posee teléfono móvil. Con este perfil es fácil pensar que cualquier contenido inadecuado que popularice la televisión puede convertirse en un enemigo infiltrado en el hogar. Las asociaciones de consumidores proponen un compromiso entre las autoridades, los padres y la industria. «Lamentablemente -dice la portavoz de la Ceaccu-, las cadenas sólo nos hacen caso cuando hay una denuncia». Así, mientras los agentes se echan la pelota unos a otros sobre quién debe velar por lo que ven nuestros hijos, los expertos advierten de la influencia nociva de una mala programación.


Polémica y personajes ambiguos

Ataques epilépticos por ver una serie de animación, niños que emulan a sus héroes lanzándose por la ventana... Entre el surrealismo y el dramatismo, los efectos de los dibujos animados han ocupado demasiadas páginas. Especialistas en fabricar polémicas, los estadounidenses se llevan la palma en lo que a denuncias se refiere. Los mismos que retiraron de su programación a Speedy González por ser «políticamente incorrecto» (el roedor representaba un estereotipo ofensivo de los mexicanos y era «un mal ejemplo para los niños porque sus amigos fuman y beben») ahora enfocan sus críticas a «Bob Esponja» por considerar su conducta cercana al colectivo gay. La serie, que en España emite Nickelodeon (CSD y cable), está protagonizada por una esponja y su amigo Patrick, una exuberante estrella de mar rosa con la que suele pasear, ambos cogidos de la mano. Según apunta la prensa norteamericana, «Bob Esponja» sigue los pasos del Teletubby Tinki Winky (el de color lila y con bolso) y sus artículos de promoción se agotan enseguida en las tiendas frecuentadas por homosexuales. (Sara Campelo en ABC).



Televisión

Tres academias nacionales, preocupadas por los contenidos "destructivos" de no pocos programas de televisión, organizaron una constructiva jornada con el fin de concientizar a las autoridades nacionales, a los empresarios de medios de comunicación y al público en general sobre la necesidad de poner fin a un proceso de pérdida de valores que sólo apunta a la diversión grosera y a obtener dinero.

Durante el encuentro, en el que se exhibió un video de treinta minutos con imágenes de sexo explícito, desnudos, insultos, violencia y canciones que invitan al consumo de droga, emitidas en el horario de protección al menor, expusieron representantes de las academias nacionales de Educación, de Letras y de Periodismo. Se puso de manifiesto allí la importancia de que se haga cumplir la ley de radiodifusión, que exige incluir contenidos culturales y educativos en forma permanente, y se condene todo aquello que atente contra la moral en la programación televisiva.


Programación infantil

Se ha determinado que los niños miran en nuestro país un promedio de cuatro horas y veinte minutos de televisión por día. El tiempo que pasan frente a la pantalla es, consecuentemente, igual o mayor que el que están con sus padres o en la escuela en muchos casos.

Los programas infantiles de televisión, según otro estudio realizado por la Universidad Nacional de Quilmes en 1997, emiten un promedio de 20 escenas de violencia por hora, por lo cual, al cabo de un año, un niño puede llegar a ver más de 14.000 escenas violentas, al tiempo que entre los cuatro y los diez años de edad, la memoria visual de un niño habrá acumulado más de 85.000 actos violentos.

Al margen de la violencia tradicional, los menores están expuestos en la actualidad a situaciones televisivas en las que se hace gala de un lenguaje objetable y se expone una visión irreal del mundo, al igual que imágenes confusas y contradictorias difíciles de comprender sin ayuda adulta.

Basta con observar algunos programas de la tarde en los que, más allá de la chabacanería, se presentan casos de infidelidad y escándalos vinculados con situaciones incestuosas o cámaras ocultas hechas a conocidas vedettes que supuestamente ejercen la prostitución, además de grupos musicales cuyas canciones exaltan el consumo de cocaína o hacen apología del delito.

Tal como ha señalado en el citado encuentro el director de Programas Santa Clara, Pedro Simoncini, "frente a esta realidad agobiante, no hay estructura educativa, ni capacitación docente, ni presupuesto, por mayor que sea, que pueda compensar la permanente acción destructiva de ese maestro electrónico que, con la combinación insuperable de imagen, color y sonido, minuto a minuto, día tras día, poluciona las mentes y los espíritus de niños y adolescentes, afectando sus escalas de valores, y distorsionando principios indispensables para su adecuada formación personal".

Dos años atrás, tuvo excelente acogida en la opinión pública un acuerdo celebrado entre el gobierno nacional y las asociaciones representativas de las empresas de telerradiodifusión y de los productores independientes del sector, con el fin de establecer criterios reguladores de orden moral y de protección a la minoridad para los programas de televisión. Se acordó en aquella oportunidad moderar el uso del lenguaje y las escenas de sexo y violencia en función de franjas horarias, en la defensa de los intereses del menor.

La elaboración de esa especie de guía de contenidos, en la que intervino especialmente el Comité Federal de Radiodifusión (Comfer) junto con las entidades que agrupan a los empresarios de los medios electrónicos, llevó a la fijación de una franja horaria, entre las 8 y las 20, en la que quedaría excluido el uso de la violencia como recurso reiterado, como fin en sí mismo o asociada a la sexualidad y al maltrato de menores. Lamentablemente, los loables fines de ese acuerdo han sido dejados de lado por no pocos programas de televisión.


Permisividad silenciosa

Frente a este oscuro panorama, y sin ánimo de pretender vulnerar la libertad de expresión o de alentar la censura, debe cuestionarse cierta permisividad o ineficacia del Comfer ante las reiteradas violaciones a la ley de radiodifusión en que incurren las emisoras de televisión abierta. La sociedad debe tener garantizados ciertos mecanismos de protección cuando se intenta desde los medios de comunicación difundir valores disolventes que puedan afectar a los menores de edad.

Desde ya, la tarea de quienes tienen a su cargo velar por el respeto de la ley y de la moral será excesivamente dificultosa si los propios empresarios de la televisión no ejercen con madurez la responsabilidad social que les es inherente, desconocen su rol formador y no asumen los compromisos que formularon públicamente.

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